Duérmete mi niño…. duérmete ya….

Max se despertó bañado en sudor, con la escalofriante sensación de pequeños deditos alrededor de su garganta. Mary, su novia, dormía plácidamente al lado de él. Carraspeó y salió de la cama directo al baño.

El hombre en el espejo estaba ojeroso y ni siquiera el frío chorro de agua podía refrescarlo. Enrolló una toalla y la atoró en el hueco entre el piso y la puerta. Se estiro y alcanzó un paquete de cigarrillos pegados con cinta debajo del lavabo, encendió uno con sus manos temblorosas y se paró en las puntas para alcanzar la alta ventana y soplar el humo al exterior.

Se sentía culpable.

Estaba avergonzado de sí mismo.

Han pasado trece días, pensó. Pero su mente reproducía vívidamente el evento como si estuviese pasando en este preciso momento.

Hace trece días, Max paseaba por el suave césped de Green Park en un día nublado. Se encontraba buscando por el lugar perfecto para pedirle matrimonio a Mary. Max era chapeado a la antigua. Él creía que nada era más romántico que un día de campo con un mantel cuadriculado rojiblanco y una canasta de mimbre con sándwiches de pavo y una botella de champagne.

Finalmente encontró el lugar perfecto, lo suficientemente distante para proveer la tranquilidad e intimidad requerida. Él se acostó sobre el pasto contemplando el cielo reticulado por las ramas de los árboles, visualizándose con Mary.

El momento de meditación se rompió con el escándalo de un niño de cinco años corriendo detrás de una mujer mayor que empujaba una carriola con un niño llorando. Se detuvieron a unos diez metros de el para su mala suerte. Exasperante, pensó. Max nunca le han agradado los niños—un tema recurrente de pelea con Mary quien prácticamente crió a su hermana menor.

Max cerró sus ojos tratando de ignorarlos, deseando que él bebe se callara. Tres segundos después su deseo se volvió realidad y el chillar del viento entre el pasto fue lo único que logró escuchar.

“Por favor ayúdenme!” la señora gritó con voz quebrada.

Sin pensarlo dos veces Max se puso de pie de un salto y corrió hacia la mujer que sujetaba al bebé en sus brazos.

“¿Qué pasa señora?”

“Ayúdela por favor,” dijo la señora desesperada entregándole la bebe sin esperar su respuesta. “Se está ahogando.” Su hermano le había dado uno de sus dulces y se le atoró en su garganta. Avergonzado el niño se asomaba detrás de la carriola.

La bebé se retorcía en las manos de Max y su primera reacción fue el voltear a los al rededores por ayuda pero no había nadie a la vista.

“¡Ayúdela por favor!” La mujer decía en llanto con sus manos en su cabeza, pero sus súplicas calleron en oídos sordos, Max estaba fuera de sí mismo.

Max respire profundamente y logró recuperar el control de sus entumidas manos. Inserto su dedo dentro de la mano del bebe con la intención de remover el obstáculo. Sin éxito.

El tiempo seguía transcurriendo.

La bebe se tornaba amoratada.

“Por favor sálvela,” la mujer en llanto jalaba la gabardina de Max.

Su mente se aclaró. Max volteó al bebe sujetándola por detrás apretando su estómago como lo vio en televisión. La presionó repetidamente durante diez segundos.

Pero la bebe se desmayó y la mujer calló al suelo de la impresión.

“no, no, no, por favor,” Max gritó.

Se detuvo para darse cuenta que sus esfuerzos estaba resultando inútiles.

Max corrió.

El parque se volvió interminable y sus gritos se disipaban. El diminuto cuerpecito de la babe se relajó como el de una muñeca de trapo.

Max corrió.

“¿Max te encuentras bien?” Mary tocó a la puerta. Max se encontraba acurrucado en el piso llorando.

“Max,” ella insistió. “Por favor abre la puerta”

El silenció se asentó.

“No puedes seguirte culpando Max.”

“No puedo evitarlo,” respondió.

M. Ch. Landa

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